Cuando hablamos de Nada hablamos de una novela especial. No puede ser de otra forma teniendo en cuenta que es una novela escrita en la posguerra (1944) que, aunque evita el posicionamiento político, describe las consecuencias visibles de tres años de guerra, las familias venidas a menos, los niños pidiendo comida por la calle, los cascos de los barcos derribados visibles aún desde el puerto.
Escrita por Carmen Laforet y ganadora del premio Nadal, esta es la historia de Andrea, una joven que se traslada a Barcelona para estudiar letras y que se aloja en la casa de la familia de su madre, en la calle Aribau. Andrea se encuentra en medio de un hogar tenso y violento, de lazos complicados, donde nadie está bien de la cabeza y además sin casi nada que comer. En contraste con la casa de Aribau, Andrea conoce en la universidad a Ena, guapa y carismática, hija de una familia rica y con dotes para la manipulación de las personas. Ambas se harán amigas y Andrea admirará a Ena profundamente. La historia se complica cuando Ena empieza a verse con uno de los tíos de Andrea.
El título, Nada, no es nada arbitrario. Como se deduce por el argumento, a la protagonista realmente no le pasa nada, ella es sólo una observadora de los acontecimientos que componen el nudo de la historia. Laforet insiste durante el relato en la idea de que aquí no pasa nada, de que todo sigue igual. Una metáfora disimulada de un país apático, hundido en la pobreza y la dictadura, que se queda anclado en la historia y aislado del resto. Un país en el que no hay, ni pasa, prácticamente nada.
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